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El rastrojo es otro factor crítico: “si no hay rastrojo no implantás nada con la presión térmica que hay”, afirma, remarcando la necesidad de cuidarlo y mantenerlo para conservar humedad.
A esto se suma un cuello de botella tecnológico: la siembra depende en gran medida de contratistas con sembradoras viejas, donde cualquier falla en profundidad, tapadores o calibración puede arruinar la implantación, sin margen para resembrar. En este contexto, Saavedra insiste en planificar con precisión y en mejorar el parque de maquinaria para enfrentar la ventana de siembra extremadamente corta que caracteriza a la región.
Misma tendencia sigue la adopción de monitores de siembra, el uso de sensores y mapeo de rendimiento, ya comunes en otras regiones, pero que en el NOA avanzan tímidamente y limitados por la falta de sembradoras de dosis variable para el manejo por ambientes.
La tecnología sí llegó para el manejo de malezas resistentes, al menos en los lotes de Saavedra, que incorporó herramientas de control selectivo para especies resistentes.
La fertilización se realiza al voleo con urea, ya que resulta más efectiva y económica que los microgranulados de respuesta incierta.
La tecnología acompaña: La siembra de calidad empieza mucho antes de que la semilla toque el suelo. Planificación, rastrojo bien manejado, calibración precisa y decisiones basadas en diagnóstico son las herramientas más seguras para encarar la gruesa.
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