Sergio Louro, Director del Centro de Gestión Agropecuaria de Fundación Libertad
Argentina se encuentra frente a una oportunidad histórica para transformar su sector agropecuario en un motor aún más potente de desarrollo, empleo y exportaciones. La clave: innovar. Y la innovación, como lo demuestran las experiencias internacionales, solo florece en un entorno de apertura, reglas claras y desregulación inteligente.
El país cuenta con ventajas comparativas únicas —desde su capacidad productiva hasta su comunidad emprendedora— y un gobierno que ha comenzado a desatar nudos regulatorios que durante décadas limitaron el potencial del campo. La reciente derogación de 19 resoluciones que condicionaban exportaciones y comercio, la eliminación de más de 300 normas obsoletas mediante el DNU 70/2023 y la creación del Régimen de Incentivo para Grandes Inversiones (RIGI) son señales en esa dirección.
Pero aún queda un desafío mayor: desarmar la arquitectura tributaria y burocrática que desalienta inversiones, limita la adopción de tecnologías y reduce la competitividad global del agro argentino.
Innovar para crecer
La historia reciente ofrece ejemplos claros de cómo la innovación, respaldada por políticas públicas, puede abrir nuevos mercados y diversificar economías. Australia, Brasil y Canadá supieron mantener la competitividad de sus cereales globales gracias a marcos regulatorios que fomentaron la adopción tecnológica y la inversión privada.
En Argentina, un enfoque similar podría aplicarse a cultivos que hoy permanecen fuera del radar central, pero con alto potencial productivo: el tabaco, la stevia o la caña de azúcar.
Tabaco: tradición, innovación y desarrollo regional
El tabaco no es un cultivo marginal: en 2022, Argentina fue el 9.o productor mundial de tabaco sin manufacturar y concentra su producción en provincias como Jujuy, Salta y Misiones, donde es una fuente clave de ingresos, empleo y actividad económica.
Sin embargo, gran parte de su cadena de valor permanece anclada en esquemas productivos tradicionales, con escasa industrialización local y una inserción internacional limitada a materia prima. Allí radica la oportunidad.
La incorporación de biotecnología para mejorar rendimientos y resistencia a plagas, la aplicación de procesos de curado energéticamente eficientes, y la diversificación hacia derivados de alto valor podrían multiplicar el impacto económico del sector.
Suecia logró posicionarse como un exportador de productos derivados del tabaco gracias a un marco regulatorio diferenciado que fomentó la innovación y el valor agregado. Con una estrategia similar, Argentina podría pasar de ser un exportador primario a un referente global en tabaco innovador, generando divisas, empleo calificado y atracción de inversiones.
Además, modernizar esta cadena implicaría beneficios indirectos: mayor formalización laboral, diversificación de la economía regional y una mayor capacidad de negociación en mercados externos, donde la demanda de productos diferenciados crece.
El desafío ya no es solo producir más, sino hacerlo mejor: con digitalización, sostenibilidad y valor agregado. Como sostuvo Marcelo Torres, presidente de Aapresid, en la última edición del Congreso de la entidad:
“Venimos de un Estado proteccionista para algunos sectores, no para el agro… a esta realidad donde se busca que el privado y el talento aflore con un Estado que acompañe. Pero tenemos que aprender todos: algunas actividades requieren de una vinculación público-privada inteligente”.
Oportunidad y responsabilidad
La apertura y la innovación no son solo una opción para el agro argentino: son una necesidad estratégica. En un mundo donde la competencia por mercados y tecnología es feroz, desaprovechar esta oportunidad equivaldría a ceder terreno a países que ya entendieron la ecuación: menos trabas, más inversión, más valor.










