La joven historia del país y su presente tienen un común denominador que las atraviesa: La constancia en las consecutivas caídas en crisis y la falta de ideas originales para sortearlas. Desde los años fundacionales hasta ahora, los impuestos fueron el talón de Aquiles de la política que prefirió ampliar la base tributaria y sus valores a redoblar los esfuerzos de la imaginación para reactivar el país.
En ese escenario, y en este marco de parálisis y derrumbe, aparece como rumor o globo de ensayo, nuevamente, el repetido reflejo de una reforma impositiva. Esa gran pestaña de la economía (la tributaria) ya no aguanta más parches, no sólo porque una situación extraordinaria requiere medidas extraordinarias sino porque mucho de los que hoy contribuyen no podrán hacerlo cuando termine la pandemia, incluidos los productores. Es hora de diseñar una nueva ley que aliente el trabajo genuino para todos y que nos ponga a la altura de los tiempos que corren. Terminemos con la facilista costumbre de reformar lo que ya no sirve Los tiempos por venir piden un poco más de los decisores y sus técnicos.
La repitencia de la crisis, contiene a su vez y en sí misma, un nuevo problema que es su aceleración constante. Es decir, caemos en crisis cíclicamente, pero en lapsos más cortos de tiempo. Así, los que recordamos el “Rodrigazo” convivimos hoy con jóvenes que ya acumulan en sus espaldas los derroteros de varias devaluaciones, la frustración de sus proyectos por no acceder a créditos y la lucha constante entre la apuesta al dólar, la desconfianza en el peso y la hipocresía de los que piden ahorrar en el país, pero depositan sus dineros afuera.
Paralelamente, han subsistido en el tiempo falsos paradigmas que alimentaron nuestro ego: “Argentina está condenada al éxito”; “Somos el granero del mundo”; “Gardel y Maradona son argentinos”; y más reciente “estamos mal pero vamos bien” o, por ejemplo “el mundo mira las medidas tomadas por Argentina” que aboga la insólita teoría de un mundo europeo altamente desarrollado que (a pesar de sus propios y enormes logros de reconstrucción de posguerra y otros males), tiene milagrosamente puesta la vista en nosotros que estamos frenados en el tiempo y el desarrollo.
Es imprescindible preguntarnos hoy si esa ingeniería egocéntrica que persiste al margen de las ideologías de los gobiernos, es la que le impide a la política copiar lo que funciona bien y diseñar con previsibilidad los lineamientos indispensables para empezar a marchar en una dirección que desemboque en el futuro. Esos lineamientos, los que dan previsibilidad, son la condición sine qua non para el desarrollo de cualquier proyecto o inversión en todo segmento de la economía micro o macro, doméstica o agropecuaria.
La pregunta abierta sobre cómo será la economía postpandemia pone al campo, como a todos, en zozobra y en la incertidumbre. Sin una respuesta al cómo salimos es difícil diseñar un plan a medida. Sobre todo, si a ese problema se suman los que ya tenemos, los que se añaden por el ensayo de la prueba y el error y la negligencia de los que insisten en repetir malas ideas.
Los productores y productoras del país han hecho, como muchos argentinos, un esfuerzo enorme para seguir. Tropezamos en ese camino con la inesperada estrategia gubernamental de anuncios semanales que trancan aún más nuestro trabajo. Con una mano trabajamos y con la otra, atajamos. Un día es la obligación de venta para acceder a créditos, otro es la imposibilidad de comprar fitosanitarios, cuando no nos agobia la angustia del vandalismo impune que atenta contra miles y miles de toneladas de comida que tanta falta hace en el país.
Pujamos para alumbrar el mañana, pero no logramos entender cómo se desmorona el petróleo y el combustible argentino cuesta lo mismo y cómo algunos segmentos de la economía están ilesos en medio de esta crisis.
Aún así, y con la pesadumbre de la falta de un plan de contingencia, todos los días esperamos con tenacidad que todo lo que aportamos al país nos vuelva en políticas que generen más crecimiento para el productor y, consecuentemente, más recursos y alimentos para el país. El campo no es tozudo y tampoco ingenuo. Sencillamente confiamos en que si nosotros, sin nada podemos aportar tanto, los que tienen el poder, con tanto, podrían hacer mucho para muchos.