Desde la Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa hacemos extensiva la preocupación por el considerable aumento de la superficie agrícola labrada en nuestro país. El porcentaje de adopción de siembra directa (SD) se ha visto disminuido en ésta última campaña 2020/21 en un 3% en comparación con la campaña anterior, según datos de la Bolsa de Cereales de Buenos Aires. Si bien las causas de esta situación puede ser variadas e incluso estar relacionadas al costo de los insumos, centraremos el enfoque al aspecto físico y las consecuencias sobre el recurso suelo.
En primer lugar, queremos destacar que se necesitan al menos 20 años sin intervenciones del suelo para alcanzar la estabilidad del sistema y lograr que se visibilicen todos los beneficios de la Siembra Directa. Cada labranza que hagamos nos retrotrae al día cero (J.C. Moraes Sa, 2003).
Por otro lado, numerosos trabajos de investigación demuestran que el incremento de la actividad agrícola, caracterizado por la elevada frecuencia del cultivo de soja, la falta de rotaciones con pasturas y las labranzas han producido una notable disminución de los niveles de materia orgánica (MO) de los suelos (Sainz Rosas H. y col., 2019).
Además, la remoción del suelo producida bajo labranza convencional (LC) genera caídas en los niveles de carbono (C) del mismo (Studdert et al. 1997). El carbono orgánico del suelo (COS) y la agregación dependen del uso y del sistema de manejo utilizado, por afectar la estabilidad de los agregados. La LC incrementa la aireación del suelo (Balesdent et al., 1998) y rompe los macroagregados (Six et al. 2000 Sotomayor-Ramirez et al., 2007). Esta ruptura de agregados hace que las partículas de limo queden libres, reacomodándose y formando estructuras laminares de mayor densidad que dificultan el desarrollo de raíces y la infiltración del agua. Como solución, el productor usa labranzas para romper esas láminas, aumentando la oxigenación y combustión de MO, logrando una remediación en el corto plazo. Sin embargo, con las sucesivas lluvias estos minerales libres se reacomodan nuevamente y vuelven a formar dichas estructuras.
En la Chacra Pergamino-Colón de Aapresid, L. Wall demostró que a medida que aumentamos los tiempos de ocupación en una agricultura siempre verde (ASV), incorporando cultivos de servicio (CS) a las rotaciones tradicionales, logramos un aumento de la actividad biológica de nuestros suelos y la captura de C, incrementándose los macro y meso agregados y disminuyendo las partículas libres.
La roturación de los suelos, por más mínima que sea, produce la oxidación de la MO y liberación a la atmósfera de CO2. Con lo expuesto anteriormente, y en concordancia con la gran preocupación a nivel mundial por el C, resulta claro que necesitamos reemplazar el concepto de romper capas densas con el de recarbonizar y reagregar los suelos para lograr sistemas de producción más sustentables.
En otros casos se recurre a la LC para reemplazar el control químico de malezas por un control físico. En este sentido, en investigaciones llevadas adelante en conjunto con FAUBA y Lares, hemos podido demostrar que se puede reducir un 50% de las unidades toxicológicas y un 34% de las aplicaciones de fitosanitarios por medio de la ASV. Aquí los CS juegan un rol primordial en el control de malezas, siendo éste uno de sus numerosos servicios ecosistémicos. Por medio de una intensificación diversificada de cultivos, podemos lograr un eficiente control de malezas y a la vez disminuir la presión de selección de malezas resistentes que se viene generando por medio del control químico.
El abordaje de los sistemas requiere de un enfoque integrado y largoplacista y no de una mirada reduccionista, donde se resuelven problemáticas a corto plazo a costa del deterioro de los recursos. Reemplazar la labranza por raíces vivas el mayor tiempo posible en función de cada ambiente edafoclimático, es sin dudas la mejor opción en la búsqueda de soluciones sustentables, priorizando la salud de nuestro recurso suelo.