El pasado noviembre de 2017 la Unión Europea decretaba una prórroga de cinco años más en el uso del herbicida Glifosato. Los expertos consultados se basaron en los estudios revisados por la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria en 2015, que mostraban con suficiencia la inocuidad del Glifosato (resumen en inglés). Nada parece indicar que el glifosato, usado tal y como se recomienda, pueda provocar cáncer en las personas. El debate había entrado en fase circular, parecía que los expertos no iban a ponerse de acuerdo. Por un lado, el IARC (Agencia de Investigación del Cáncer de la Organización Mundial de la Salud) hablaba de riesgo de cáncer, mientras que la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria sofocaba las alarmas si del uso razonable del herbicida se trataba. Rápidamente quedó claro que la IARC había hecho su evaluación sin tener en absoluto en cuenta la cantidad de herbicida a la que estaría expuesta una persona afectada.
Por supuesto, el glifosato reduce el crecimiento de ciertas plantas en el área de aplicación, pero eso es justamente lo que hacemos cuando usamos un arado mecánico. El agricultor “bio” también reduce la biodiversidad cada vez que usa su azada entre las hileras de maíz. Y tiene que hacerlo si no quiere solo cosechar manzanilla o diente de león. No se ha podido mostrar, por otro lado, que los efectos del glifosato sobre los terrenos a los que se aplica sean diferentes de otros métodos herbicidas. Allí donde no se use glifosato, se usarán otros herbicidas o se deberá trabajar más con el arado mecánico.
Una prohibición del glifosato penalizaría a los agricultores que estén particularmente preocupados por la rotación de cultivos, la protección del suelo, la reducción de emisiones y las interacciones en la naturaleza
El caso es que reducir el uso de los sistemas mecánicos de arado -mediante el uso de herbicidas como el glifosato- presenta enormes ventajas en multitud de campos: más lumbricidae (lombrices de tierra), más humus en el suelo, más biodiversidad, mejor capacidad de absorción de agua del suelo, menor erosión, menor consumo de combustible (los tractores usan combustibles fósiles) y menores emisiones de CO2.
Una prohibición del glifosato penalizaría a los agricultores que estén particularmente preocupados por la rotación de cultivos, la protección del suelo, la reducción de emisiones y las interacciones en la naturaleza. Y probablemente no traerá ningún beneficio para el medio ambiente por falta de alternativas significativas. Por otro lado, no podemos olvidar que la propagación de monocultivos -independientemente de cómo se manejen- sí afecta a la biodiversidad. No cabe duda de que reducir las malezas supone reducir las posibilidades de supervivencia de ciertas especies de insectos, por ejemplo. Y allí donde desaparecen ciertos insectos, también lo hacen sus depredadores naturales: otros insectos, aves, …
¿Y qué pasa con las abejas? Nada. Quien está familiarizado con el tema, automáticamente se pregunta cómo los insectos podrían estar amenazados por un herbicida, es decir, por un agente que solo actúa contra ciertas plantas. El glifosato tiene la ventaja sobre herbicidas más antiguos de no tener efectos secundarios conocidos en otros organismos. Y sin embargo la mayoría de la población parece pensar lo contrario después de haber sido debidamente aleccionados por ONG y periodistas.
Al parecer todos los insectos se alimentan de néctar o polen. Es un buen momento ahora para salir a dar paseos por el campo: el ambiente todavía está fresco, solo unos pocos insectos habrán aparecido tras la hibernación, no encontrará abejas, pero la mayoría de los campos de cultivo ya estarán preparados. Los insectos llegarán demasiado tarde para poder alimentarse de las partes florales de las plantas que crecen en esos campos, los agricultores ya las habrán eliminado.
Todo el mundo científico admite abiertamente que el sulfato de cobre, usado en la agricultura “bio” como fungicida, es dañino para el medio ambiente y afecta directamente a la biodiversidad animal
En el caso del glifosato, uno debe dar unas cuantas vueltas a los resultados de los trabajos de campo si pretendemos asignarle una influencia perjudicial directa sobre la biodiversidad animal. En contraste, encontramos el caso de un pesticida ampliamente utilizado en la agricultura orgánica: todo el mundo científico admite abiertamente que el sulfato de cobre, usado en la agricultura “bio” como fungicida, es dañino para el medio ambiente y afecta directamente a la biodiversidad animal.
El cobre es un metal pesado, es venenoso, mata a las abejas (y otros insectos) y daña el suelo de manera duradera. Todo aquello de lo que acusamos falsamente y por ignorancia al glifosato, lo podemos encontrar en uno de los remedios más populares de la agricultura orgánica. Y la única justificación del lobby “bio” es que no hay alternativa.
Cuando este metal pesado se acumula en los suelos de las zonas agrícolas (y lo hace, ciertamente, porque no es biodegradable), nos encontramos ante la sorpresa de que su uso, en términos ecológicos, no es sólo ventajoso. Algunos datos:
- El cobre es tóxico para los organismos del suelo, especialmente las lombrices de tierra
- El enriquecimiento de cobre se produce en los suelos (especialmente cultivos permanentes) debido al uso de pesticidas orgánicos con cobre.
- El enriquecimiento conduce a efectos adversos / daño a los organismos del suelo, tales como la reducción en su número y en su biomasa total, así como cambios en la composición de las especies y una disminución en la biodiversidad.
- El tiempo de aplicación de pesticidas con cobre que transcurre hasta que se producen daños identificables es multifactorial, dependiendo de la dosis de aplicación, las propiedades del suelo, la forma de administración, etc., y por lo tanto no suele ser predecible. En última instancia, se requiere un análisis específico del sitio.
- Según los estudios de seguimiento analizados, debido a las conocidas aplicaciones prácticas a largo plazo de pesticidas con cobre (viticultura biologica, por ejemplo) podemos hablar ya de daños irreparables en la biocomposición de la mayoría de los suelos observados.
En estudios sobre ratones que recibieron 1.25, 2.5, 5.0, 7.5, 10.0 o 12.5 mg / kg (peso del espécimen) de sulfato de cobre en su dieta, se encontraron daños en los glóbulos rojos dependientes de la dieta. En ratones que recibieron 8.25 mg / kg de peso corporal de sulfato de cobre, se observaron efectos genotóxicos y mutagénicos en la médula ósea y la sangre. Crías de pollo que recibieron sulfato de cobre en concentraciones de 10 mg / kg de peso mostraron formación de micronúcleos en la médula ósea, curiosamente el mismo signo de daño genético que también se observó en algunos cultivos celulares con glifosato.
Resulta que la viticultura ecológica sin cobre presentaría reducciones de rendimiento y calidad media del 50 al 100%, por lo que es prácticamente imposible prescindir del metal en cuestión
Y a pesar de que sabemos todo esto, los “agricultores ecológicos” pueden usar 6 kg de cobre por hectárea y año, de acuerdo con el vigente Reglamento de la Unión Europea. Resulta que la viticultura ecológica sin cobre presentaría reducciones de rendimiento y calidad media del 50 al 100%, por lo que es prácticamente imposible prescindir del metal en cuestión (o de los pesticidas que lo incluyen).
Todo parece consistir en mantener el mito: los fertilizantes, la ingeniería genética y los pesticidas modernos son peligrosos e innecesarios. Pero ya vemos que la agricultura orgánica no está libre de peligros “innecesarios”. ¿Entonces, por qué una sí y la otra no? Lo ignoro. Sí les cuento que se ha creado un mercado espectacular en torno a los llamados productos bio de la mano de la buena fe del consumidor medio quien, preocupado por su salud y por el medio ambiente, decide comprar un producto con el sello “BIO”, ignorante de que no es oro todo lo que reluce. El cliente normal de este mercadillo suele ser adinerado, puede permitirse los elevados costes de los alimentos. Para la agricultura convencional queda la tarea de alimentar al gran resto de la humanidad.
Somos víctimas de paradigmas diametralmente opuestos. En la agricultura “bio” se usa el principio de oportunidad, aunque la nocividad de la sustancia utilizada sea bien conocida. En la agricultura convencional se aplica el principio de precaución extremadamente inflexible: ¡prohíba incluso ante la más mínima duda!
A los agricultores “orgánicos” les permitimos, sin discusión, el uso de sus metales pesados porque no hay alternativa. Pero no se preocupe, compre sin mala conciencia: ¡se trata de productos “bio”!